¡Ponte un suéter que te vas a enfermar! ¿Amenazaba, conminaba o advertía mi madre? Yo creo que “más bien” me quería y protegía durante aquellos helados inviernos en la sierra de mi Lindo Michoacán, ¿Cómo olvidar los transparentes cristales de hielo sobre el agua del tambo, los arbustos pálidos de escarcha y los viejos techos de la casas lloriqueando hasta el cenit, cuando los dorados rayos de Tonatiuh lograban derretir el petrificado rocío de la noche.
Yo como todo chiquillo, en ocasiones rezongaba cuando el humor de mi “Má” me lo permitía, otras veces me hacía el sordo y otras tantas me hacía el valiente, el puberto superdotado y sabelotodo que negaba sentir frío aunque tuviese la piel erizada, los cachetes cuarteados, las orejas tostadas y la naríz llorara aquel liquido amarillento que solo los niños dicen, sabe salado, ja ja, yo no lo sé.
Y digo la verdad cuando digo que no sentía el frío, tal vez debido a aquella ingenuidad de párvulo que nos impide advertir el peligro, o tal vez porque mis corpúsculos de Ruffini y Krause no eran tan achacosos como lo son hoy en día, aun cuando ahora radico en una tierra tan pródiga con un clima tan indulgente donde puedo patear una piedra y en su lugar brotará una planta.
Es inevitable no escuchar a la gente quejarse del frio, tanto en las noticias que cada vez informan menos, en las redes sociales que de sociales solo tiene el nombre y entre mis amigos y familiares que envejecen conmigo, y yo me pregunto si solo el cuerpo consentido siente frío , o será posible que el alma olvidada también lo sienta, y la respuesta la hallé por doquiera que volteé la mirada; en el viejo de piel acartonada que ha sido olvidado por familia y sociedad, en aquel papá que todos los mañanas aborda la ruta preocupado por traer a casa el “chivo del día”, en aquella madre que antes lo esperaba en casa pero que ahora no le alcanzan los centavos y sale del trabajo rumbo a su casa preocupada por su prole.
Yo estoy seguro de que todos ellos tienen frio en el alma y que la mayoría de estos ya han enfermado, y entonces, ¿Cómo curar un alma enferma? ¿Existe una medicina preventiva para ello, o tal vez una vacuna? No lo sé, pero si sé que podemos abrigar su alma con suéteres de abrazos, de saludos, de sonrisas, de besos, de gratitud; y abusando de tu bondad y generosidad, de paso dale un caldo de pollo para el corazón.
Por cierto ¡Ay Nanita, que frío hace¡ ¿Ya vieron los suéteres?